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La Condesa Enmascarada

Foto del escritor: Stephen A. R. M.Stephen A. R. M.

Muchas guerras se inician por delirios de poder. De conquista. Recursos. Ambición. Venganza. Creencias e ideologías. O incluso porque, un día, algún rey se levantó de mal humor. Pocas guerras, o más bien ninguna, comenzaron como la de la Guerra de las Fronteras.


Con un baile.


El reino de Kumu siempre tuvo como reyes un linaje ostentosamente ambicioso. Alejado por el norte de la región de Kandes y aislado casi totalmente de los demás, tenía a su alcance todo un sinfín de riquezas. Cualquier cosa que nombrases, ahí lo tenían. ¿Piedras preciosas? De los más comunes hasta los más raros. ¿Materiales caros? Imposible llegar a contarlos. ¿Alimentos exóticos? Terrenos de cultivo y ganadería que iban más allá de lo que los ojos podían ver. ¿Y qué de la belleza? Flores que llegaban a completar todo el espectro de colores, montañas que te dejaban boquiabiertos, cascadas de veinte hombres de altura, ríos y lagos cristalinos, arboledas de frescor rejuvenecedor.


Los reyes siempre quisieron más. ¿Para qué quedarnos en Kumu?, pensaron. Y alargaron su brazo al sur hasta Vatris, condado cerca del Bosque Cristalino. Nombraron Conde a alguien de su propio pueblo. Y de ahí hasta Marovir, otro condado poco más al sur. Nombraron Condesa a una brillante mujer enmascarada. Y, al oeste, entraron en contacto con Aldir, reinado con el que mantenían relaciones aparentemente pacíficas, siempre y cuando ellos accedieran a intercambiar recursos. Y al norte... nadie abrió los brazos en el norte, porque aquellos vieron el corazón de Kumu y no les agradó.


El Rey se levantó aquel día de mal humor, mas no por eso se inició la guerra.


Sus consejeros le hicieron recapacitar y propusieron invitarles con inigualable hospitalidad. ¡Dadles mansiones para que descansen, duerman y sueñen! ¡Dadles los mejores banquetes para que se sacien! ¡Dadles de nuestras piedras preciosas y de nuestros caros materiales! ¡Dadles y proponedles! ¡Proponedles los mejores hombres para juntos crecer como dos pueblos poderosos! ¡Nadie podrá alzar su mano contra nosotros! Porque nuestra riqueza es abundante y tan solamente habremos de compartirla. Y cuando menos lo esperen, su reinado será como el nuestro y un rey será puesto en su aprobación. Porque habrán vivido en la pobreza y nosotros les dimos riqueza, verán que somos generosos y que habremos de liderarles en todos los siglos por venir.


Tras dos lunas llenas de enviar la carta de invitación, aquel reinado que cruzaba más allá de la frontera aceptó y envió su respuesta. Al cabo de dos lunas llenas más, se reunirían durante un ciclo lunar completo, con motivo de unificar las dos culturas y compartir lo que cada uno podía ofrecer. Como el nombre de su reinado era difícil de pronunciar, se llamaron a sí mismos Solarias, ya que el norte era un lugar muy soleado y caluroso.


Y Solarias visitó Kumu, trayendo animales y bestias nunca vistos antes en toda la región de Kandes; plantas con propiedades curativas y que desataban el potencial del cuerpo; telas de una calidad que denotaba maestría incomparable; y hombres y mujeres con dones de los dioses. Esto último despertó la envidia en el corazón del rey de Kumu y llamó a los consejeros para que encontrasen personas extraordinarias. Buscaron, buscaron, y a varios hallaron, pero ninguno del agrado del Rey.


El Rey de Kumu se levantó aquel día de mal humor, mas no por eso se inició la guerra.


Ambos pueblos compartieron, disfrutaron, negociaron, festejaron. Comieron juntos, contaron historias extraordinarias de personas extraordinarias y ambos linajes fueron presentados cara a cara, con objeto de demostrar la superioridad de su propia sangre. ¿En la espada? Solarias. ¿En la arquería? Kumu. ¿Dotes culinarias? También Kumu. ¿En la medicina? Solarias. ¿Y en la sabiduría? También Solarias. Y el rey de Kumu se enojó en lo profundo de su espíritu, pues si más no superarles, ¡qué menos que igualarles! Y mandó a sus consejeros a hallar gente dotada en el arte.


En una noche abrieron el palacio del rey para un último banquete. Una última fiesta. Todos se reunirían una vez más y se dispondría un tiempo para que los mejores cantantes, poetas, cuentistas, pintores, músicos y bailadores, tanto de Kumu como de Solarias, tuvieran la oportunidad de dar lo mejor de sí, representando con orgullo a su pueblo. Y buen trabajo que hicieron los consejeros del rey, pues encontraron personas legendarias para cada disciplina. Si acababa con una victoria, pues el rey lo veía como una pequeña batalla, todo habría valido la pena.


Pero aquella victoria le costó una derrota aún mayor.


Se cantaron canciones, se recitaron poesías, se contaron cuentos, se presentaron cuadros, se tocaron instrumentos y, finalmente, se bailó. Cinco parejas por cada reinado se plantaron en medio del colosal salón del trono, rodeados de un público expectante. Sonó la primera nota; se dio el primer paso. Y, desde ese mismo momento, lo único que importaba era ser testigo de un acontecimiento que difícilmente se iba a repetir. Todos coincidían, asintiendo, aplaudiendo y afirmando con gestos y palabras, que las veinte personas eran los mejores bailarines que jamás habían visto y que jamás verían. No importaba en absoluto si se trataba de Kumu y de Solarias. Se trataba, al fin y al cabo, de unirse como una sola nación.


El Rey de Kumu estaba de buen humor, mas en aquel día eso de nada sirvió.


A través de las ventanas entraron pétalos rosas que flotaron por todo el salón. La función de baile cesó; la música, hasta cualquier murmullo, calló por completo. Las puertas se abrieron, lenta y pesadamente, revelando a una figura que nadie había visto hasta entonces. Una mujer procedente de Marovir, la cual poco a poco iba siendo reconocida por los simpatizantes de Kumu. Fue entonces cuando el Rey se levantó del trono y, rompiendo el silencio, que parecía que duraba ya una eternidad, gritó. Gritó con ímpetu; el apego que le tenía a aquella mujer era notable.

Photo by Llanydd Lloyd on Unsplash

— ¡Zenya Vitters! ¡Condesa de Marovir!

— ¡Mi Majestad, Rey de Kumu!

— ¡Ven! No te quedes allá. ¡Ven y baila!

— ¡Bailaré! Pero... ¿quién será digno de bailar conmigo?

— ¿Cuál es tu condición?

— Que no sea nadie que se maraville de mi largo cabello, ondulado como las olas del mar y brillante como el fuego. Que no sea nadie que desee tocar mi fina piel, rosada como estos pétalos de rosa. Que no sea nadie que se halle hipnotizado ante mis plateados ojos. Que no sea nadie que se encandile ante mi esbelta figura, como si un excelente escultor me hubiera tallado. Que no sea nadie que piense poder regalarme algo más preciado que este collar perlado que poseo. Que no sea nadie que se interese del por qué esta Condesa lleva un antifaz dorado. Esta es mi condición.

— ¿Hay acaso alguien de aquí que sea digno, entonces?

— ¡Yo, Mi Majestad! ¡Yo, Rey de Kumu!

— ¿Quién eres tú?

— Soy Asor Nelkaim de la gran nación de Solarias, llamada así para honrar vuestra lengua. Yo soy tan solamente un humilde mercader de perlas. Y sé que no hay perla más valiosa que la que cuelga en su cuello. ¡Es más, imposible igualar tal regalo de los dioses! Y tanto si hay motivo o no de ese antifaz, no es de mi incumbencia sino de ella misma. Su esbelta figura y su fina piel, ¿por qué habría de tocarla? No es mi posesión ni vive para mi propio placer. ¿E hipnotizarme por su mirada? ¡No! ¡Nada de esto! Maravillado, encandilado, interesado, hipnotizado y deseoso estoy de conocer a esta mujer, que logró callar toda voz y todo sonido, hasta la misma naturaleza, desde el primer pétalo que entró. Pétalos que van allá donde ella vaya. ¡Esa es la mujer que quiero conocer!

— ¿Zenya?

— ¡Sí, Mi Majestad! ¡Éste es! ¡El hombre que es digno de bailar conmigo! Bailemos, Asor de Solarias.

— ¡Bailemos, Condesa de Marovir!


Y danzaron con el sonido de sus pisadas. Luego, siguiendo a ambos, se sumó el violín. A éste, una flauta. En seguida, un timbal. Todos los demás, a la vez. Un dos tres, un dos tres, un dos tres. Danzaron y conversaron, dándose a conocer el uno al otro, sin que nadie más que ellos fueran conscientes de sus confesiones. Las otras parejas se unieron y prosiguieron con la celebración.


— Zenya Vitters, Condesa de Marovir.

— Asor Nelkaim, Mercader de Solarias.

— El talento que demuestras en la danza no tiene igual, mi señora. ¿Por qué no presentarse antes?

— No era el momento indicado. Como ves, hasta el tiempo cesa de avanzar cuando entro en escena. Una maldición o una bendición. No sé. Cierto es que yo... ¿puedo ser sincera contigo?

— ¿Sincera con qué?

— Con quien yo soy.

— Desde luego.

— No soy una humana. Al menos, no una corriente.

— Todo ser humano posee algo extraordinario dentro de sí. Nadie es corriente.

— Dudo que tan extraordinario como lo que poseo yo.

— ¿Qué es eso tan extraordinario que tienes? ¿Tu orgullo y prepotencia?

— Me insultas.

— Perdona. Explícame, pues.

— No puedo...

— Muéstrame, pues.

— ¡No!


Ella, molesta y distraída del baile, dio un paso en falso y tropezó. Asor la agarró del brazo a tiempo, poco antes de que impactara contra el suelo. Aun así, su cabeza se sacudió y su antifaz cayó, dejándola expuesta.


Los ojos del mercader no daban crédito. Ya no sostenía a una mujer pelirroja de piel blanca. De hecho, le era irreconocible y ni era capaz de distinguir entre si era joven o anciana. A la misma vez, podía ver a una joven morena de tez oscura, que tal vez ni hubiera abandonado la adolescencia; por momentos, también veía a una mujer inusualmente pálida, de pelo canoso y con una piel que parecía quebrada.


El antifaz y los pétalos desaparecieron.


Asor la incorporó y clavó la mirada en la suya. Seguía teniendo esos ojos plateados. Es lo único que mantenía igual de aquella Condesa de Marovir. Poco a poco, la gente a su alrededor se daba cuenta de lo que acababa de ocurrir y susurraban entre sí. El Rey, no siendo aún testigo, se levantó de su trono y apartó a la gente para ver mejor.


Y cuando la vio, su corazón cambió.


Ante lo desconocido, reaccionó como cualquier rey que teme por su vida. Mandó a los guardias a sacarla de ahí y a meterla en un calabozo, temiendo que se hubiera convertido en algún monstruo y fuera a amenazar la paz de su reino. Asor dio la cara por ella, anunciando que había gente en Solarias que poseía dones de tales maravillosas características, aunque nunca al nivel que mostró Zenya. Trató de convencerla en que no era un peligro, que seguía siendo esa Condesa que tanto apreciaba él.


Mas el Rey estaba fuera de sí.


Gritó con Asor. Le reprochó sobre esas maravillosas características, que aquello no podía ser más que una criatura maldita. Una bruja. El mercader silbó e indicó con su cabeza a los de su pueblo. Dos de ellos, un hombre y una mujer, dieron un paso al frente. Él enfrió el ambiente, ella la calentó. Luna y Sol, Noche y Día, Hielo y Fuego.


Ahí inició la Guerra de las Fronteras. Una duradera batalla que comenzó con una guerra civil, para expandirse hacia las fronteras con Solarias. El Rey de Kumu estaba seguro que una nueva raza del más allá estaba intentando invadir, tomar el control y aniquilar a la Humanidad. Tal fue la paranoia que mandó a sus ejércitos a remover tierra, aire y mar en todos los pueblos y reinados que estaban en sus manos.


La Humanidad fue testigo de la existencia de una raza ancestral. No tanto como ellos mismos, pero sí más poderosos, únicos, cuyas palabras pronunciadas impactaban de maneras inesperadas. Desconociendo si tenían intenciones escondidas en su corazón, los humanos tomaron iniciativa y clamaron guerra contra todos ellos, echándolos de sus tierras.


Zenya Vitters, antes Condesa de Marovir, y Asor Nelkaim, haciéndose pasar por un Mercader de Solarias, dirigieron la retirada de los Antiguos y de los Humanos, pues muchos eran partidarios de convivir y fueron castigados con el exilio, si no con la muerte. Regresaron a la tierra de Asor y ahí permanecieron.

 

Ese es el contexto y la leyenda de lo que pasó miles de años atrás. A día de hoy, se desconoce si tal raza ancestral, los Antiguos, existieron realmente alguna vez.


This is the context and legend of what happened thousands of years ago. To this day, it is still unknown if such ancestral race, the Ancients, ever really existed.

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