Azul, blanco, gris, verde. El bosque. La nieve. Las rocas. El cielo abierto. Y en medio de todo, un lago. Es como la unión de diferentes mundos que forman un todo. Cada una de las partes es distinta, pero ninguna es mayor que otra. Son de distintos colores, y ninguna es más bella que las demás.
También es el tenue olor del agua, entremezclándose con el aroma de los abetos. Uno respira y percibe la fragancia característica de la naturaleza. El viento transporta el frescor de la mañana, arropándonos con una calma y paz que resulta imposible describir con palabras.
El agua ondea alrededor de nuestra mano. Al rato, sigue su curso habitual, como si cada gota se comunicase con las demás para nadar en la misma dirección. Las piedras permanecen firmes, recibiendo con los brazos abiertos la llegada de las olas. No importa cuán fuerte sea el golpe; siguen ahí, apoyándose en sus hermanos y hermanas. Uno camina alrededor, en la frontera, observando tal maravilla mientras siente la arena entre los dedos del pie.
Los abetos dejan pasar rayos de sol entre sus hojas, pues hasta las plantas más pequeñas precisan de luz. Con sus brazos bien abiertos y esparcidos, procuran que todas reciban su porción. Entre las copas, el cantar de los pájaros inunda la atmósfera. Un cántico constante y hermoso que nadie desea apagar. Las ardillas, los ciervos, los camaleones, incluso las serpientes, todos los animales pasean entre los troncos o en ellos. Juntos avanzan en el viaje de la vida, dando y recibiendo. Todos necesitan a todos, aunque sea por motivos meramente alimenticios.
Del calor, al frío. La blancura de la nieve resplandece bajo el sol matutino. ¿Qué se esconde bajo ese manto blanco? ¿Rocas? ¿Arena? ¿Flores? ¿Tal vez un agujero inmenso? El misterio es parte de su encanto. Lo que un día cubre, al siguiente lo destapa, como cuando las aves ven a sus crías lanzándose al vuelo por primera vez.
En lo alto de la montaña, uno se desmaya por falta de oxígeno. Así de sencillos somos.
Al volver en sí y regresar al lago, lo ves todo. No solo con los ojos, sino con todo tu ser. Caes en cuenta que aquello es mucho más que diferentes partes por separado. Se necesitan las unas a las otras; nada sobra. Es un conjunto en el que existe una perfecta harmonía. Francamente hablando, si faltara una de estas partes, sería una tragedia.
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